Ayer, sábado 13 de septiempre se celebró un homenaje al editor Josep Forment en el marco de la Setmana del llibre en Català. la editorial Alrevés me pidió que me sumase al recuerdo del que fue un amigo.
Aquí os dejo el texto que leí para la ocasión:
L’home que jo coneixia era un home terrenal. Un home
de carn i ossos del que no em costa gens parlar. I crec que ho era, un home
terrenal, un home dins el seu temps, molt al seu pesar. Discutiem durant hores
dels temes que preocupen a qualsevol home. Del futur del seu fill, de la vida
quotidiana, de mudances de pis, de canvis, dels problemas logístics de la
editorial. Josep era un home real, era fredolic, s’escoltava el cos, tenia
tantes maníes como pot tenir qualsevol. Recordo que el veia aparèixer amb la
seva bossa de mà a l’ espatlla, les seves plumes a la butxaca i el seu petit
cuadern, i em treia un somriure amb el seu tarnnnà, de vegades desmanyegat,
aquells cascos grossos de música que li van robar a la porta de casa del gori…
Qui sap quina música escoltarà ara. El Josep es queixava amargament de la
demagogia imperant i del tractament superflu de la realitar. L’interessava
vivament la ESTETICA de la vida. Li afectava el fracàs, l’atacaba la
impaciencia amb si mateix, li alegraba l’exit patia amb la indiferencia. Com
qualsevol de nosaltres. L’atosigava el passat, li pesava el present i temia el
futur. Com qualsevol altre home. Al llarg dels anys va dibuixar per mi els
perfils de la seva infancia, de la seva adolescencia, les seves realcions
familiars, els seus somnis, les seves frustraccions, les seves pors i els seus
anhels. Passats els cinquanta, el Josep era un home que es continuaba
construïnt a si mateix. Com qualsevol altre.
I això em feia sentir-lo proper.
Pero el hombre que yo conocía era también un hombre
profundamente espiritual. Si la emoción es la inteligencia del alma, Josep era
el hombre más inteligente que yo he conocido. Todo era trascendente, todo
importaba, cada detalle le acercaba a la reflexión sobre la condición humana,
la propia y la de los otros. Además de la estética, Josep amaba la ETICA. Creo
que detestaba profundamente la estupidez, la arrogancia de la ignorancia, la
irreflexión, el pasar sin más sobre lo que para él era un misterio absoluto: la
vida. Su sentido, su lógica, sus razones. La vida explicada a través de lo que
él más amaba, sus libros, sus lecturas, sus anotaciones, los cuadernos que
escribía. Creo que el primer calor que sentí a su lado fue descubrir que ambos
amábamos todavía escribir a mano. La pausa necesaria que te da la página en
blanco.
La muerta era la única frontera de su inteligencia. El
muro de incomprensión con el que una y otra vez topábamos en nuestras
conversaciones. Llegado ese punto, ambos callábamos. La muerte incomprensible
para quien ama la vida. La muerte como espacio de silencio, necesariamente
fascinante para quien no aceptaba la ignorancia. Saber, intuir, que su tiempo
era limitado, que habría de marcharse antes de lo justo. Esa certeza, como un
flechazo le impelía a ir más de prisa. Tenía que descubrirse a sí mismo,
desvelar cualquier misterio antes de que fuera demasiado tarde.
Creo que eso le fascinaba de Rimbaud. La intuición de
que el poeta era, logró ser, durante un instante, un hombre absolutamente
libre, descarnado, sin mentiras. La muerte es la única experiencia definitiva
con la que podemos contar, me dijo. Me impactó tanto esa verdad simple que la
uitilzé como cita en la última novela que trabajamos juntos. Respirar por la
Herida. Tanto me influyó la pasión de Josep que convertí a uno de los
personajes en trasunto de Rimbaud, dándole en realidad la voz y el pensamiento
desesperadamente libre con el que Josep me habló cierta tarde en la extinta
librería Catalonia. Celebrábamos algo que ya no recuerdo, y su pasión era tanta
que le pregunté si él se sentía más editor que escritor. En el tiempo queda la
respuesta.
El hombre que yo conocía era un profundo humanista, un
renacentista caído, quien sabe por qué, en este siglo descreído y que a veces
nos resultaba tan liviano, tan vulgar. Nada me costaba imaginarlo como un
discípulo de Dante, observando atentamente cómo trazaba cada círculo del
Infierno. Pero por encima de todo, Josep amaba Francia, su cultura y su
pensamiento. Una Francia de recuerdos y una Francia de pensamientos, un ideal
romántico en este hombre que necesitaba anclas de esperanza. Cómo hubiera
disfrutado con Zola, con Víctor Hugo, con Mallarmé, con Simone de Bevoire. Construyendo
un mundo en el que la razón y el espíritu lo fueran todo. Sé que él hubiera
militado en las filas racionales y despiadadas de Sartre y que yo habría
preferido la confusión pasional de Camus. Sé que, si existen otras vidas, Josep
querría acompañar a Rimbaud en su exilio por los desiertos de Abisinia.
El hombre que yo conocía, en definitiva, merecía más
tiempo. Todos merecíamos más de él, de lo que aún había de darnos.
Y quizá él, que tanto se reía de mi francés terrible, habría suscrito estas palabras:
Sensation (Arthur Rimbaud)
Par les soirs bleus
d’eté, j’irai dans les sentiers,
Picoté par les blés,
fouler l’herbe menue :
Je laisserai le vent
baigner ma tête nue.
Je ne parlerai pas, je ne
penserai rien.
Mais l’amour infini me
montera dans l’âme,
Et j’irai loin, bien
loin, comme un bohemién.
Par la nature. Hereux comme avec une femme.
Por los atardeceres azules de verano, iré por los
senderos,
Picoteado por el trigo, pisando la hierba menuda.
Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda.
No hablaré, ni pensaré nada.
Pero el amor infinito ascenderá por mi alma,
E iré lejos, muy lejos, igual que un bohemio,
Por la naturaleza, feliz como junto a una mujer.
Este es el
hombre que yo conocía. Y este es el hombre al que echaré de menos el resto de
mi vida.
Muchas gracias.
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